sábado, 20 de abril de 2024

17.LA HISTORIA DE MI VIDA

 

 LA HISTORIA DE MI VIDA




Edgardo R Malaspina G                   

 

 

En mi primera juventud o, tal vez, al final de mi infancia, leí sobre Helen Keller (1880-1968), una sordomuda estadounidense que llegó a superar sus problemas de salud y se convirtió en  escritora y conferencista, gracias a su constancia y disciplina. Desde entonces he admirado a esta inteligente y valiente mujer; y la tengo como gran símbolo de la resiliencia.

 

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Es con cierto temor que comienzo a escribir la historia de mi vida. Me invade una como supersticiosa vacilación, al alzar el velo que cubre mi infancia como una niebla áurea. La tarea de escribir una autobiografía es difícil. Cuando intento establecer una clasificación de mis impresiones primeras, me encuentro con que la realidad y la fantasía guardan estrecha semejanza a lo largo de los años que ligan el pasado con el presente.

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 Entonces, en el melancólico mes de febrero, vino la enfermedad que cerro mis ojos y mis oídos, sumergiéndome en la inconsciencia de un recién nacido. Decían que era una congestión aguda del estómago y el cerebro. El médico creyó que no sobreviviría. No obstante, una mañana, temprano aún, la fiebre me abandono tan súbita y misteriosamente como había venido. Gran regocijo reinó en la familia esa mañana, pero nadie, ni aun el galeno, supo que yo no podría ver ni oír jamás.

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 La lectura manual es mucho más lenta, y caigo en incertidumbres que ellas no conocen. Hay dias que en la atención constante que debo prestar a los detalles me provoca una gran irritación, y el saber que debo pasar horas leyendo unos pocos capítulos, mientras que en el mundo exterior otros jóvenes ríen, cantan y danzan, me rebela; pero pronto recobro mi alegría, y desalojo riendo el descontento de mi corazón. Porque, después de todo, aquel que desea ganar el verdadero conocimiento debe escalar el Cerro de la Dificultad a solas, y desde que hay camino real para la cumbre, es forzoso seguir el zigzag de nuestra propia ruta. Me deslizo hacia atrás muchas veces, caigo, me detengo, y vuelvo a arrojarme contra las aristas de los obstáculos ocultos; pierdo la paciencia y la vuelvo a encontrar; y la guardo mejor; avanzo penosamente; gano un poco de terreno, me animo, ansío llegar y subo más y más alto, y comienzo a ver el horizonte que se dilata. Cada batalla es una victoria. Un esfuerzo más y alcanzo la nube luminosa, las azules profundidades del cielo, las lejanas e interiores regiones de mi deseo.

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 Por medio de la filosofía obtenemos la comprensión de las tradiciones de las épocas más remotas, y de otras modalidades de pensamiento que hasta conocerlas me parecían extrañas e irracionales.

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 Mientras mi permanencia en Radcliffe fue solo cosa futura e imaginada, la rodee de un halo romántico, que ha perdido; pero en la transición de lo romántico a lo real he aprendido muchas cosas que no hubiera sabido nunca, a no ser por ese experimento. Uno de ellos es la preciosa ciencia de la paciencia, que nos enseña que debemos encarar nuestra educación como un paseo campestre, pausadamente, ofreciendo en nuestro entendimiento abierta hospitalidad a toda suerte de impresiones. Tal conocimiento inunda al alma invisible con una marea de pensamientos que profundizan nuestros conceptos. El conocimiento es poder.

 

6

 

A partir de El Pequeño Lord Fauntlero y comienza mi verdadero interés por los libros. En el transcurso de los dos años siguientes leí muchos en casa y durante mis visitas a Boston. No puedo recordar los nombres de todos, ni el orden en que los lei, pero si que entre ellos se hallaban los Héroes griegos, las Fábulas, de La Fontaine; el Libro de las maravillas, de Hawthorne; Historias de la Biblia, los Cuentos de Shakespeare, de Lamb; Pequeña Historia de Inglaterra, de Dickens; Las noches árabes, La familia suiza Robinson, Robinson Crusoe, Mujercitas y Heidi, un hermoso cuentecito que leí luego en alemán.

 

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 Mi mente fue iluminada natural y alegremente por la concepción de la antigüedad. Grecia, la antigua Grecia, ejercía sobre mí una misteriosa fascinación. En mi fantasía, las diosas y los dioses paganos, deambulaban aún sobre la tierra y hablaban con los mortales cara a cara, y en mi corazón consagraba secretos altares a aquellos a quienes más amaba. Conocía y veneraba a toda la corte de ninfas, héroes y semidioses; es decir, no a todos, porque la gula y la crueldad de Medea eran demasiado monstruosas para echarlas al olvido. Solía cavilar inquiriendo la razón que tendrán los dioses para permitirles hacer el mal y castigarles luego. Y el misterio queda aún por resolver.